Mis tres minutos
Daisy Sánchez Collazo
Sesión ordinaria 7 de mayo de 2025
Seré concisa. Leeré lo que he investigado, analizado y redactado con rigor, porque improvisar sería una falta de respeto tanto para los sanjuaneros que nos observan como para los miembros de este cuerpo legislativo.
Hace exactamente 93 años, por primera vez, una mujer ocupó un escaño en la legislatura de Puerto Rico. Ese mismo año, las mujeres acudieron a las urnas para ejercer un derecho que hoy damos por sentado pero que, en su momento, representó una ardua batalla por el reconocimiento de nuestra capacidad política y nuestra igualdad en el ejercicio del poder.
Desde entonces, hemos demostrado liderazgo, compromiso y una capacidad incuestionable para impulsar el bienestar del país. Sin embargo, aunque hemos avanzado, la representación femenina en los cargos políticos sigue siendo desigual. Si bien las mujeres constituyen el 52.66% de la población puertorriqueña, nuestra presencia en puestos de liderazgo no refleja esa mayoría: en la Asamblea Legislativa, apenas el 32.1% de los escaños están ocupados por mujeres, y de los 78 municipios, solo 12 tienen una alcaldesa.
El camino para ocupar estos espacios no ha sido fácil. A menudo, nuestras capacidades son cuestionadas con un rigor que no se aplica a nuestros colegas masculinos, obligándonos a demostrar nuestra competencia una y otra vez. Pero lo más preocupante es cuando son las propias mujeres quienes dudan del talento de sus compañeras. Esa fue la lamentable experiencia de las tres mujeres que conformamos la oposición en esta legislatura durante la sesión ordinaria del 1 de mayo en donde se nos llamó fotutos.
¿Cómo es posible que, luego de tanto camino recorrido, aún debamos defender nuestro derecho a ocupar un escaño y a ser valoradas por nuestra capacidad y criterio propio? Es irónico que esto ocurra en un cuerpo legislativo compuesto en su mayoría por mujeres.
Las descalificaciones personales dentro del ámbito político no solo menosprecian el trabajo de las mujeres, sino que perpetúan prejuicios que llevan siglos socavando nuestra participación. El debate político debe fundamentarse en ideas, propuestas y argumentos sólidos, no en ataques o dudas infundadas sobre la valía de una persona. Cada vez que se cuestiona la capacidad de una compañera sin evidendia alguna, se debilita la legitimidad del trabajo legislativo y, sobre todo, se traiciona el propósito de nuestro servicio al pueblo.
La política debe ser un espacio de respeto y justicia, donde los méritos sean valorados por el esfuerzo y la dedicación, no por percepciones sesgadas. Más allá de nuestras diferencias ideológicas, nuestro deber es fomentar un debate informado, respetuoso y centrado en el bienestar de quienes representamos.
Puerto Rico necesita una democracia plena, una que reconozca que las mujeres tienen la misma capacidad que los hombres para liderar, legislar y transformar la realidad del país. Muchas gracias
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