Palabras de doña Teresa de Hostos ante el monumento de su abuelo, el prócer Eugenio María de Hostos.
Una afrenta más. Así podría resumirse lo que el gobierno —que se autodenomina nuevo y progresista— ha hecho contra la memoria de Eugenio María de Hostos. Pero ni es nuevo ni progresista. Lo que aprendí en Ciencias Sociales me enseñó que son retrógradas. Muchos de ustedes me han acompañado cada 11 de enero y 11 de agosto, fechas que para mí son sagradas.
Este próximo 11 de agosto se cumplen 123 años de la muerte de mi abuelo. En 2023, su legado apenas fue mencionado. Solo Carmelo Campos Cruz lo honró al editar una nueva antología jurídica de Hostos, obra que logró presentar el mismo 11 de agosto, como se había propuesto. También destaco la obra teatral Hostos: praxis teatral de Anamín Santiago y la biografía escrita por el profesor Marco Reyes Dávila. El año pasado, logramos reunir estas tres obras en un foro hostosiano.
No espero multitudes en estas actividades. Me basta con ustedes, porque sé que están aquí con sinceridad. Agradezco a quienes se han unido a esta causa, como Hilda, que me llamó con una iniciativa hermosa: recibir a niños haitianos, dominicanos y de todo el Caribe. Muchos aún ignoran que ninguno de los hijos de Hostos nació en Puerto Rico; cuatro nacieron en República Dominicana, incluido mi padre, y dos en Chile.
Recuerdo con cariño a mi tío Filipo, nacido en Chile, quien pasó sus últimos años postrado tras un derrame cerebral. Cada domingo lo visitábamos. Al verme entrar, extendía su brazo y yo me quedaba a su lado por horas. Él no tuvo hijos, pero me sentía suya. Esa grieta de no haber conocido a mis abuelos ni a todos los hermanos de mi padre me acompaña siempre.
Hoy me opongo a todo lo que atente contra la memoria de mi abuelo. Es indignante que, tras 123 años de muerto, sigan profanando su legado. No lloro de tristeza, lloro de indignación. Mi padre nos traía cada 11 de enero a este monumento, porque para él era el más importante: por su cercanía al mar, el mismo mar que mi abuelo pidió oler antes de morir.
Hostos fue antillanista, caribeñista y confederacionista. En su visión de la Confederación Antillana estaban Haití y las Antillas Menores, tan despreciadas por algunos. Admiraba profundamente la revolución haitiana, esa que Francia y Estados Unidos intentaron desprestigiar. Nunca perdonaron que un grupo de negros luchara con más dignidad que muchos blancos en la independencia de EE. UU. ¿Dónde quedó la libertad, igualdad y fraternidad de la Revolución Francesa cuando le cobraron a Haití por su independencia?
Si no quieren leer historia, lean El reino de este mundo de Alejo Carpentier. Esa obra, aunque parezca ficción, revela la verdad de Haití. Me hizo sentir aún más orgullosa del Caribe.
Hostos sabía dónde había nacido y para qué había nacido. Cuando comprendió que no podía lograr sus ideales en la España monárquica, regresó a América para luchar por ella. Por eso, aunque tenga que venir sola, seguiré viniendo. Porque la conciencia me dice que hay que estar presentes en ciertos lugares, en momentos clave.
Quieren ampliar esta plaza para impresionar a turistas, pero este espacio está protegido por ley. ¿Por qué no usar ese millón y medio de dólares para aumentar los sueldos de enfermeras y maestros? No necesitamos mármol italiano ni ribetes de oro. Necesitamos respeto.
En México vi cómo se honra la memoria histórica. ¿Por qué no aquí? Estoy aquí, a pesar de haber pasado noches terribles desde que me enteré de estos planes. Porque no puedo permitir que sigan tratando a Hostos como a un proscrito